Está claro no hay nada nuevo, la
economía argentina está aguantando solo por las medidas implementadas por el
BCRA luego de la devaluación del 23% practicada hacia finales del enero. La
entidad logró echar por tierra la corrida cambiaria básicamente con dos
instrumentos ortodoxos: 1- Convalidar tasas altas en sus colocaciones de
letras. En efecto casi en forma instantánea la medida repercutió en el mercado minorista
llevando a las tasas de plazos fijos al 25% anual efectivo en promedio. 2-
Nueva normativa (5536) del BCRA que restringe la tenencia en cartera de moneda
extranjera de las entidades financieras (billetes y títulos públicos). Claramente
la presión sobre el dólar disminuyó a partir de esta iniciativa.
Ahora bien, y el trade off?
Simple. La primera medida impactó negativamente sobre el nivel de actividad, como
anticipamos en entradas anteriores, y por ende ayudó a contener algo la
variación del nivel de precios. Según el IPCNu a marzo le corresponde una tasa
de inflación de 2,6%. Para abril se espera que la inflación se encuentre entre 2 - 2,5% aproximadamente.
Típico ajuste por recesión con un agregado, la tasa de inflación anual sigue
por las nubes (aprox. 35%), por lo cual estamos en un virtual escenario de
estanflación. La segunda medida actúa específicamente en el mercado cambiario.
Aquí el impacto es positivo debido a que al congelar expectativas de
devaluación generó incentivos para liquidar cereales y oleaginosas cuyos
volúmenes se sitúan en aproximadamente USD 2.700 millones desde mediados de
marzo. Tenemos una correspondencia en la recomposición de reservas? Muy poco. Las
reservas siguen cerca de los USD 28.000 millones dado que hubo vencimientos que
afrontar.
Debemos entender una cosa, esta
segunda medida del BCRA es de una vez y para siempre. Son las últimas balas de
la cartuchera y de no mediar cambios en la dinámica económica, el impacto se
disipará por completo poniendo nuevamente presión sobre el tipo de cambio conforme se neutraliza la devaluación real. Objetivamente el problema está en economía. El
Ministerio de Economía corre una carrera completamente disociada de la
estrategia del Banco Central. Febrero mostró un aumento de 42% del gasto público
con respecto al mismo período de 2013. El déficit primario superó los $5.500
millones y no parece haber tendencia decreciente en el futuro cercano. Más aún,
si hacemos los cálculos “como corresponde” tenemos un déficit fiscal por encima
del 4% del PBI. Si esta dinámica continúa, el BCRA deberá emitir más de $
160.000 milllones en 2014 para financiar a propios y ajenos. Solo a fuerza de
una enorme absorción de pesos se podrá mantener el nivel de emisión por debajo
del 20%. En efecto el día de ayer (29/04) el BCRA aspiró $ 6.170 millones del
mercado local a través de su licitación semanal de letras y notas. En lo que va
de abril la zaranda de pesos del mercado fue de 24.800 millones. El último
trimestre el proceso de absorción acusó la friolera de $ 55.000 millones. Como
dijimos este ritmo solo puede ser mantenido a fuerza de tasas altas y de
mayores niveles de deuda en la hoja de balance de la entidad.
De la economía real mejor ni
hablar. Las cifras oficiales muestran una contracción de la actividad
industrial de 6% arrastrada por la caída de la actividad automotriz. Dicho sector retrocedió
25,1% respecto a igual mes del año pasado y acumuló en el primer trimestre una baja de 14,5%.
La refinación de petróleo cayó un 20% en marzo y acumula un retroceso de casi
7% desde enero. La industria alimenticia se salvó un poco y acusó una
contracción de 0,6%. Solo la actividad siderúrgica mostró signos positivos del
orden del 0,4% en marzo y acumula casi un 10% de avance en el trimestre. Por otro lado el indicador sintético de la actividad de la construcción muestra un bajón de 6% interanual en marzo. Atención,
vamos por seis meses consecutivos de caída del nivel de actividad directo a
convalidar una recesión técnica. A estas alturas no cabe ninguna duda que los
desequilibrios están exacerbados, la tasa de inflación es altísima (aunque
algunos hablan de menor ritmo), y la restricción externa está al orden del día.
Tanto si vamos por la ruta de la derecha como por la de la izquierda, la
economía argentina termina siempre en la famosa restricción externa. Y seguimos
sin aprender.
Sería
difícil, en un ya virtual escenario de elecciones, imaginar al ministerio de economía
producir ciertos golpes de timón en la estrategia económica de manera de
prevenir un accidente mayor. En rigor no se sabe bien si están
convencidos de que la estrategia actual nos depositará en un aterrizaje suave
que permita ver signos de reactivación a partir del segundo semestre de 2015, o
si no tienen la más pálida idea de cómo agregar tela a esta sábana.
Los decisores económicos se encuentran
en plena discusión. Unos alabando al modelo keynesiano y las bondades de la
política fiscal expansiva sin ninguna consideración por la política monetaria;
y otros entendiendo que aún con las mejoras que la expansión del gasto pueda
tener en ciertos contextos, todas las economías tienen restricciones que pueden
ser importantes como en este momento. Está de más decir quiénes son los buenos
de la película, pero la batalla está reñida. No se puede hacer política fiscal
expansiva in-eternum. Hasta Keynes reconocía esto último. Modelos con
precios fijos (o cuidados), inversión y exportaciones completamente autónomas y
consumo privado solo dependiente del ingreso corriente, son parte de cuestiones
particulares dentro de la teoría general. Basta ver la retracción en el empleo
para concluir que esta “cuestión particular” no tiene implícita una verdad
absoluta. Ya los neo-keynesianos reconocen el “poder” de las expectativas en
los agentes económicos. Es curioso como muchos seguidores de ciertas
doctrinas económicas terminan siendo más abanderados que los propios autores,
cuando en verdad deberían sopesar los pros y contras de los efectos y construir
un sendero de mayor sentido común acorde a las necesidades y características de
nuestra economía.
Si reconocemos que hacer política monetaria
bajo dominancia fiscal solo genera mayor inflación en el actual contexto, podemos
entender entonces que una primera solución se encuentra en reducir la tasa de
crecimiento del gasto. Atención aquí, en argentina hay mucho gasto que no es
subsidio económico. A buen entendedor pocas palabras. En la medida que podamos
ahorrar como mínimo 4% del PBI con un recorte de subsidios económicos (no
sociales) y demás gasto superfluo, que haría que las partidas puedan crecer
entre 3 y 4% por debajo de la inflación, este cambio de estrategia podría ser sustentable
y no recesivo dado que evitaría pérdida de salario real. Recordemos que un
menor impuesto inflacionario impactaría positivamente en un sector medio/medio
bajo que consume una mayor proporción de su ingreso. Y de paso cañazo, puesto
que la transferencia hacia sectores más ricos sería menor como supuestamente
quiere “la voz” oficial. Obviamente la clave está en calibrar este sistema,
cosa que no parece gustar mucho por estos lares.
De nuevo, siempre es más interesante
gastar sin tener en cuenta nuestra restricción presupuestaria. Podemos hacerlo
por algún tiempo en base a una ingeniosa ingeniería de financiamiento, pero al
fin y al cabo, si no logramos crecimiento genuino y un sistema estable, deberemos
ajustar. Como crecer a tasas chinas suele ser complicado, deseable sería
practicar ciertos ajustes conforme se recorre el ciclo expansivo de manera de
evitar problemas futuros. Como esta modalidad no pertenece al manual de buenas
prácticas del político argentino, al actual ajustazo le agregaremos un nuevo
tarifazo esta vez de electricidad en el mes de setiembre. Por lo demás le deseo
un buen finde largo y evite matar al mensajero.