De bandazos. Los argentinos solo conocemos de bandazos. Las banquinas se
han transformado en nuestra constante, y por ahí transitamos. Ciclos de
aproximadamente diez-doce años que muestran al país cambiar de derecha a
izquierda, si es que se puede hablar de derecha e izquierda, sin la menor
preocupación por las consecuencias negativas sobre la sociedad. Desprovistos de
toda identidad, sin capacidad de hacer prospectiva, pensando un futuro posible y
construyéndolo hoy, nos encaminamos hacia una nueva elección presidencial.
Una grieta volvió a asomar fuerte en la última década, sopena de un
gobierno que ante la crisis de gobernabilidad en los comienzos de ambas
gestiones, 2008 y 2011, eligió propiciar la homogeneización y polarización
social, antes que afrontar el desafío de conducir la diversidad. Sabido es que
cuando tendemos a juntarnos con los que piensan igual, anulamos de a poco
cualquier esfuerzo por conciliar posiciones dispares y obtener como resultado
una síntesis, que no es otra cosa que el consenso. Sana práctica
en honor a esa heterogeneidad que tanto bien hace a los pueblos y que hemos
dejado completamente de lado.
De manual, cuando los gobiernos de turno perciben
el miedo y anticipan en pánico las consecuencias de una posible crisis
institucional, tienen dos caminos posibles: enfrentar el miedo confiados en los
propios valores o sobre-reaccionar imaginando un futuro que rara vez ocurre.
Algo muy similar a la versión humana en tales circunstancias. Lamentablemente
la segunda opción siempre corre con ventajas. Es mucho más fácil gobernar un
país donde la mitad de sus ciudadanos tienden a pensar como uno, que una compleja red neuronal de ciudadanos con sus
enormes diferencias. De esta forma la sociedad evoluciona hacia los extremos y
nada bueno puede salir de allí, solo la grieta.
El final de la década de los noventa echó por tierra con el sistema de
partidos. El tan anhelado bipartidismo moderado y democrático, propio de una
necesaria madurez y aplomo institucional, quedó nuevamente hecho trizas y pasó
a estar en el último punto de la lista de los pendientes. En épocas electorales las viejas prácticas se reciclan rápido y aquí nos encontramos,
discutiendo una salida coyuntural a semejante desequilibrio macroeconómico,
postergando nuevamente la agenda de lo importante. Una especie de falso dilema
entre shock o gradualismo nos tapa el bosque, mientras nos olvidamos que jamás
hemos transitado nuestro propio camino del desarrollo. Ejemplos como Australia
son enormemente valiosos. Algunos tigres asiáticos revelan que el crecimiento
basado en exportaciones es posible, pero a costa de salarios reales bajos, un
proceso de acumulación que es imposible replicar, puesto que no está en nuestro
ADN. Como dice Pablo Gerchunoff; “es posible que Argentina se
haya hecho rica demasiado pronto, y luego, ante las dificultades, no supo
encontrar su destino”. Carecemos de un proceso de acumulación al que podamos
agregar innovación con nuevas herramientas tecnológicas. Como dije, el propio
camino del desarrollo sigue pendiente, y con un sistema educativo venido a
menos, difícil será recorrerlo. Por ahora, sigue la grieta.