Siempre que
asume un nuevo equipo económico me gusta conocer cuál es su concepción de la
economía en líneas generales, para luego ir profundizando de manera de tener
una mejor perspectiva sobre posibles medidas futuras y el direccionamiento que
tendrá la estrategia económica. Lamentablemente en estos tiempos se ha perdido
el “hábito” de anunciar el programa de gobierno de manera de ir formando
ciertas expectativas en los agentes económicos. En coyunturas difíciles como la
actual, la economía solo parece depender del día a día.
Aunque recién
en este momento escribo sobre este tema, bastante información he recolectado
desde la asunción del actual equipo económico en el mes de noviembre de 2013 a
la fecha. Debido a obvias restricciones de espacio quiero en esta oportunidad
referirme al tema clave de la economía argentina, la inflación. Algo conocía
del pensamiento económico del actual Ministro de Economía y Finanzas Públicas
al coincidir en algún momento nuestro paso por la Facultad de Ciencias Económicas
de la Universidad de Buenos Aires.
Decía que como
profesional me resulta absolutamente necesario intentar comprender cuál era/es
la lógica económica detrás del actual proceso inflacionario que tiene el ministro
y su equipo. Lo más cercano que encontré a su pensar actual es este documento
del Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (CENDA) elaborado en el año
2006. Su título es “Las causas de la
inflación en la actual etapa económica argentina: un nuevo traspié de la
ortodoxia”. Acá les dejo el link para quién quiera profundizar. Nótese que el título involucra el término “actual etapa”, aunque no está
para nada claro dónde termina una etapa y comienza otra. Uno podría suponer que
la actual administración es una continuación de aquella y por lo tanto ser
catalogada como una etapa completa, al fin y al cabo tiene el mismo apellido.
Pero también podrían ser etapas diferentes puesto que las estrategias
económicas están bien diferenciadas. En fin, Ud elige.
Por qué creo
relevante señalar este detalle? Porque aunque han pasado ocho años de la
elaboración del documento de trabajo mencionado, este expresa ideas y conceptos
que son contemporáneos en el lenguaje del ministro. Es por ello que se hace absolutamente
necesario transcribir cuanto menos las conclusiones que del documento se derivan
para luego realizar un breve análisis, haciendo la salvedad que lo recomendable
es leer detenidamente todo el trabajo de manera de no caer en ninguna
posibilidad de descontextualización. Aquí vamos entonces:
Conclusiones
“La intervención cambiaria
actual obliga a la intervención en los precios. En el caso de los transables, es justamente la
existencia de una brecha que separa el límite inferior y superior de los precios de
los bienes la que obliga a la autoridad a implementar controles. En ausencia de
intervención, los precios de los productos transables tenderían a continuar su
alza hasta su límite superior (su precio “de equilibrio” en términos
internacionales). Con la actual configuración de costos esto implica consolidar
las ganancias extraordinarias. La intervención pública no es, como argumenta la
ortodoxia, una injerencia artificial e ineficiente sino que es una regulación
que resulta necesaria como complemento de la otra que es, para el gobierno, el
pilar del actual esquema: el sostenimiento de una moneda depreciada.
La
política cambiaria actual, comprometida con mantener un tipo de cambio elevado –es
decir, por fuera del nivel de equilibrio al que tendería en ausencia del
arbitraje del Banco Central-, requiere de manera necesaria de instrumentos
adicionales que impidan que el valor “caro” del dólar se traslade íntegramente
a los precios de los bienes transables en el mercado local, arrojando una
ganancia extraordinaria, reduciendo aún más los salarios y erosionando la “competitividad”
alcanzada con la devaluación. Es por eso que la política de tipo de cambio alto
debe combinarse necesariamente con retenciones a las exportaciones (para todos
los productos, incluyendo los bienes industriales) y acuerdos de precios en las
ramas más concentradas (especialmente para los bienes no transables). Estos instrumentos
reducen el límite superior de
los precios de los productos transables y acotan las ganancias extraordinarias
del sector no transable. De otro modo, los beneficios del esquema no sólo
quedan en manos de los exportadores sino también de la industria que produce
para el mercado interno, a medida que la demanda avanza en su recomposición.
Los principales perjudicados son los trabajadores que ven caer el poder
adquisitivo de sus salarios.
Como
vemos, el actual incremento de los precios responde a esta situación “estructural”.
El gobierno sostiene un tipo de cambio alto con el objetivo explícito de
fomentar la producción doméstica, aumentar el empleo y elevar los niveles de
vida de la población. Pero a medida que se despierta
la demanda, los precios internos de los productos, tanto transables como no
transables, encuentran
espacio para elevarse. En las industrias oligopólicas, con los salarios
relativamente estables, el aumento de los precios se traduce en una
rentabilidad extraordinaria. El problema del alza de precios puede entonces
reformularse si se estudia quiénes son los que se apropian de los beneficios
del nuevo esquema cambiario.
Limitar
los aumentos de precios para elevar los salarios reales. El incipiente problema de la inflación no hace
más que poner de manifiesto la insuficiencia de un programa económico que tenga
como único eje de su intervención a la política cambiaria. Por ello, el
gobierno, acertadamente, complementa este esquema con retenciones a las
exportaciones y controles de precios. De otro modo, la limitación a los
aumentos salariales junto con la libertad para los aumentos de precios
comprimirían más el poder adquisitivo del salario.
Más aún, a
medida que la demanda se despierta y las producciones locales encuentran
mercado en el exterior, los precios tenderían a ascender hasta el límite
superior, artificialmente elevado por la política cambiaria. Esto hace
necesario entonces profundizar la intervención sobre los precios. La medida más
efectiva –dentro del esquema- es la generalización de las retenciones al
conjunto de las exportaciones (no sólo las de origen primario) y el aumento de
la alícuota aplicada. Para los bienes transables, las retenciones son una
opción más efectiva y menos vulnerable que los acuerdos “voluntarios” de
precios. En cambio, el control de precios es la única posibilidad para frenar el
alza en el sector no transable.
Las
retenciones aplicadas a los productos transables cumplen, en este marco, un
doble objetivo: que el Estado se apropie de una porción del elevado precio de
los productos en el mercado mundial y que esos precios no impacten
desfavorablemente sobre el poder adquisitivo del salario. De lo que se trata
ahora es de impedir que las ganancias continúen con su tendencia alcista por
obra y gracia de los aumentos de precios, para lo cual es necesario recurrir a
una intervención pública que complemente a la política cambiaria. De otro modo,
como amenazan las voces de la ortodoxia, la “inflación reprimida” haría su
aparición, pero no debido a la inflación monetaria, salarial, de demanda o
cambiaria sino, lisa y llanamente, como expresión de una “inflación de
ganancias extraordinarias”.
Hasta aquí
las conclusiones. Una aclaración. Creí oportuno referirme a este documento en
particular dado que en el día de ayer se pudo ver un debate en televisión entre
una fiel representante de este pensamiento, la economista Fernanda Vallejos y
el economista privado Tomás Bulat. No cabe ninguna duda que los argumentos
vertidos por Fernanda Vallejos en cuanto a inflación son similares, por no
decir idénticos, a los manifestados por el actual ministro en este documento
del año 2006. Tampoco caben dudas que Kicillof sostiene dicho argumento en la
actualidad. Los que se toman el trabajo de escucharlo en la diaria podrán confirmar
lo que digo, aunque nunca falta algún negador de archivos. Claramente el afán de
ganancias empresarias extraordinarias era la causa del proceso inflacionario
entonces, pero también parece serlo en la actualidad según los dichos del
ministro en reiteradas oportunidades.
Ahora
bien, el documento es claro en expresar el contexto económico del año 2006. En
particular manifiesta la necesidad de mantener retenciones (derechos de
exportación) al sector productor de bienes transables de manera de impedir la
apropiación de rentas extraordinarias fruto del mantenimiento de un tipo de
cambio artificialmente alto. También manifiesta la necesidad de imponer
controles de precios en el sector de no transables, de manera de impedir un
alza de precios desmedida.
Si se
toman el trabajo de leer conscientemente los argumentos, verán que la base de esta
teoría de la inflación se fundamenta en la decisión política del entonces
Presidente Néstor Kirchner de sostener un tipo de cambio alto competitivo; a lo
que agrego: “con fuerte sesgo exportador y con dos pilares claves que eran la
existencia de superávits gemelos (superávit fiscal y comercial). Ciertamente, y
más allá de las críticas, este era un modelo consistente. De hecho es
aconsejable desde una visión de equilibrio general la imposición de derechos de
exportación de manera de impedir la fuerte transferencia de ingresos desde el sector
del mercado interno hacia el sector exportador. Una cuestión distinta es ver cómo
se implementan y distribuyen esos derechos. Por ejemplo, parte de esos derechos
podrían destinarse a financiar, y hasta subsidiar, ciertas actividades en las
economías regionales que se verían perjudicadas.
Claramente
la teoría de la inflación que el actual ministro presentaba en el año 2006, se
basaba en la existencia de un tipo de cambio alto (moneda depreciada), para lo
cual proponía derechos de exportación y control de precios de manera de
contrarrestarla. Curiosamente son las mismas medidas impuestas hoy, solo que en
cambio de haber precios “controlados” hay precios “cuidados”. El problema es
que en el actual contexto económico ya no existe un tipo de cambio alto. El
gobierno desde mediados del año 2011 ha dejado que el tipo de cambio nominal se
vaya atrasando. De igual forma ya no existe superávit fiscal, todo lo
contrario. Bien medido el déficit fiscal hoy representa más de 4% del PBI. Además
el superávit comercial ha caído fuertemente desde el año 2011 y solo ha
mostrado un diferencial positivo producto de la restricción de las
importaciones. En el mes de abril de 2014 la cuenta comercial ya muestra déficit.
Por lo tanto
esta teoría sobre el surgimiento de la inflación parece más un caso particular
de aquel contexto, que una explicación general factible de ser tenida en cuenta
hoy. Un fallo en el diagnóstico produce casi con seguridad un fallo en las
medias adoptadas. El contexto económico ciertamente cambió, pero las medidas
son las mismas, ergo el resultado no es bueno. Claramente esta contradicción
explica el actual desbarajuste cambiario (hoy en relativa Pax), así como el
desprecio por el control fiscal y la actual compulsa con el BCRA debido a las
medidas de corte ortodoxo.
Creo firmemente
que un economista profesional y serio, devenido además en decisor económico,
aún teniendo una idea central sobre la estrategia económica, debe tener la
capacidad de sopesar todos los elementos y las teorías existentes de manera de
poder calibrar el sistema económico lo mejor posible. Es posible que en el año
2006 la causa de la inflación incipiente no fuera el exceso de emisión para
sostener un nivel creciente de gasto por sobre los recursos, pero a partir del
año 2011 ciertamente lo fue, y lo es en la actualidad a pesar de la fuerte
absorción monetaria. Antes la teoría cuantitativa podía obviarse, ahora no. El
fundamentalismo económico no es bueno. Ya Milton Friedman reconocía una imposibilidad manifiesta en el abuso del
monetarismo, así como Keynes ponía un techo a la efectividad de la política fiscal
expansiva. Es probable, que luego de tantos años de estudio, nos hayamos
olvidado de estudiar el sentido común.
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